lunes, 23 de septiembre de 2013

Lo que se dijo en la presentación de Carpe Noctem (I)

El 20 de septiembre presentamos en la librería Tipos Infames nuestro proyecto Editorial Carpe Noctem, bien arropados por Félix Grande, del que en breve subiremos la intervención.

Lo que viene a continuación es la transcripción casi completa de lo que allí dijo el representante del colectivo Carpe Noctem, que fue, aquella noche, Alberto Gómez.

En próximos posts os subiremos vídeos con el resto de intervenciones.

PRESENTACIÓN CARPE NOCTEM

Supongo que la primera pregunta que he de contestar y que todos os estaréis haciendo es: ¿estáis locos? ¿A quién se le ocurre montar una editorial con la que está cayendo? Si además nadie lee libros en papel ya, etcétera, etcétera. Buenos, pues vamos con las razones. La primera y yo creo que fundamental eran las ganas de probar, de demostrar que se podían hacer otras cosas. Especialmente, en dos campos: en cuanto a los títulos y en cuanto al precio. Luego volveré sobre eso. Primero quería hablar un poco de esa idea del probarlo, del intentarlo. Como soy un poco masoquista yo leo muchos de esos blogs sobre literatura y en muchos se critican que varias editoriales no hayan durado nada o se hayan hundido o vendan muy poco… la última vez que leí un comentario en esa línea ya estaba lista Carpe Noctem y la verdad es que el comentario me irritó bastante, aunque no daba con el por qué. Entonces, leyendo una revista o un periódico, no recuerdo bien, vi un chiste gráfico en el que un socorrista sacaba de la playa en brazos a un hombre que se estaba ahogando y en frente, bien sequitos, en la arena, había un grupo de cuatro o cinco personas, los típicos mirones, y uno decía: “yo creo que el socorrista lo ha hecho bien”, y otro: “pues yo creo que no se estaba ahogando, que eran ganas de llamar la atención”; un tercero decía: “pues yo nado mejor que él” y el último, por supuesto, decía: “yo creo que el socorrista es gay”. El chiste llevaba el título de “dos tipos de personas: los que hacen y los que critican a los que hacen”.

Bien, pues nosotros queríamos ser de los que hacen. Porque echarse en la arena con los brazos cruzados y criticar es fácil, pero también inútil. E igual que no se soluciona la crisis dando discursos y quejándose en los bares, no se puede crear nada desde la inmovilidad.

Y nosotros queríamos crear algo. Una editorial. Un proyecto que ha terminado llamándose Carpe Noctem —que para los de ciencias diré que significa “aprovecha la noche”— y que, como decía antes, es el resultado final de tratar de demostrar un par de cosas.
La primera tenía que ver con el hecho de que hubiera libros, buenos libros, en castellano —y esto es importante, porque ni siquiera vale la excusa de que hay que pagar a un traductor—, buenos libros, decía, que no habían sido publicados jamás en España o, en caso de haberlo sido, nunca habían sido reeditados y, por ello, eran, a día de hoy, imposibles de conseguir. Y creedme cuando os digo que tenemos ya una lista larga, larga, de libros de ese estilo que nos gustaría publicar. Para dar respuesta a esa preocupación, imaginamos una colección que, al final, hemos llamado “rescatados” y que será la colección que ha de agrupar ese tipo de libros: obras que, pese a su calidad, no han sido reeditadas o, en cualquier caso, son hoy imposibles de conseguir.
El primer número de esa colección, del que Félix hablará después, es, a mi entender, el mejor ejemplo que podíamos tener para expresar lo que tratamos que sea la colección “rescatados”. Ese primer número es la novela “En noviembre llega el arzobispo”. Un libro que, dicho de una sola vez cuenta con una de las mejores prosas en castellano de los últimos cien años. Año arriba, año abajo. 
Y voy a hacer un inciso aquí. Otra de las críticas comunes a las editoriales independiente es que reeditan mucho, que sacan muchos libros del desván y los vuelven a poner en circulación. No es algo excepcional de Carpe Noctem. Lo está haciendo Alfabia, lo está haciendo El Ático de los libros y lo están haciendo muchas. Es verdad que en alguna habrá un intento de publicar libros libres de derechos y, por lo tanto, ahorrarse el pago al autor. Pero creo que en la mayoría lo que hay es una necesidad de ayudar a una digestión más lenta, más reposada de los libros. Y me explico.
Vivimos en una sociedad mercantilizada que ha convertido todo —y cuando digo todo es todo: hasta el amor o la amistad— en objeto de consumo. Pero de un consumo que, además, ha de ser rápido. De modo que todo, incluyendo a nuestros queridos libros, se ha vuelto un producto de usar y tirar. De ahí que, por ejemplo, no tenga ningún valor leer el best-seller de turno cinco años después de su éxito y cuando ya nadie se acuerda de él: porque el valor no está en el producto, sino en el consumo del producto y en la experiencia social de compartir su consumo: comentándolo, participando del evento social, etcétera. El problema, o lo que a nos preocupaba y nos sigue preocupando y creo que a otras editoriales también, es que esa digestión acelerada es, exactamente, lo opuesto al mecanismo que, hasta hace bien poco, permitía la creación de una cultura. Y que era un mecanismo de sedimentación, de digestión lenta. De modo que la cultura literaria, por ejemplo, la componían aquellos títulos que, año a año, se seguían comprando, no desaparecían de los escaparates y de las recomendaciones y, al final, se convertían en clásicos. Clásicos. Hoy la vida de un libro es de, aproximadamente, dos semanas. Un mes a lo sumo. Cinco en el caso de los más vendidos, que son cuatro o cinco títulos de cien mil que se publican cada año. Una mosca vive más que un libro. ¿Cómo se crea así una cultura? Bueno, pues se crea. Lo que ocurre es que es una cultura de la moda, de la inmediatez, de la aceleración, del consumo como placer social, independientemente de lo que se consuma.
En este estado de cosas, creo que tenía mucho sentido y tiene mucho sentido el trabajo de mirar hacia atrás y volver a sumar al cauce fugaz de las novedades libros editados hace años y que pasaron desapercibidos, para facilitar, así, que puedan llegar a nuevas manos y tratar de ayudar a la sedimentación, al proceso de creación de cultura.

Un tema paralelo a éste y que también quiero tratar antes de pasar a la segunda causa o motivación para que estemos hoy aquí tiene que ver con el del papel de las editoriales en ese entorno económico.

Creemos que ese papel no puede ser otro que el de convertirse en prescriptores. Cuando hay tantos libros como en la actualidad. Cuando la crítica antaño respetable se ha convertido en correa de transmisión de cinco o seis editoriales. ¿Qué puede hacer una editorial pequeña para sobrevivir?
Hace poco leía un comentario en un blog riéndose de cuatro o cinco editoriales pequeñas diciendo que una sólo publicaba novelas de inglesas; otra, novelas para señoras inglesas, etc. Criticando, en suma, que esas editoriales tenían un perfil de publicaciones muy marcado. Y volvemos a lo de antes: el que hace y el que critica al que hace. Y en este caso, además, la crítica a nuestro modo de ver era estúpida. Pues para nosotros esa especialización es el secreto de la supervivencia. Cuando se publica tanto, tú te has de especializar y tu público debe saber, claramente, qué tipo de libros ofreces. Debes dejar claro, desde el primer día, por qué tipo de narrativa apuestas tú, de modo que todos aquellos que estén interesados en la misma sepan que cuentan contigo. Y sepan, también, qué tipo de novela pueden encontrar en tu catálogo. Y hay que ser fiel a esa propuesta y no confundir al público. Si lo haces, la mitad del trabajo estará hecho. La otra mitad, claro, es que el público interesado por lo que tú ofreces sea tanto que te permita sobrevivir económicamente.
Entonces, ¿qué tipo de libros ofrecerá Carpe Noctem? ¿De qué tipo de narrativa queremos ser prescriptores? De una literatura de calidad, comprometida, y hecha por autores que busquen explorar, con su obra, todas las posibilidades de la ficción y el lenguaje. De una literatura que, frente a las modas o la cultura de la moda, apueste por la Cultura con mayúsculas, una narrativa sedimentada, seria y sin fecha de caducidad. Es decir, cuya lectura no sea un evento social, sino una celebración personal. Libros que se puedan recomendar dentro de veinte años sabiendo que siguen siendo igual de buenos e igual de válidos. Y eso debemos conseguirlo, sobre todo, en la colección “Rescatados”. Porque en la colección de “Narrativa”, más enfocada a novedades, nos podemos equivocar pues no contamos ya con el baremo del tiempo, que es, seguramente, el mejor baremo. Aunque con “El que tiene sed” —del que también os hablará ahora Félix— creo que hemos comenzado la colección de “Narrativa” muy bien. Pero en “Rescatados” nos gustaría hacer un cien por cien de aciertos.
Y contribuir a crear, y ya termino con este tema, una cultura que aunque sea minoritaria, oponga el razonar pausado, la lectura como placer personal y la literatura como arma estética y crítica a esa otra cultura mayoritaria del consumo inmediato y de las modas. 
LA SEGUNDA PREOCUPACIÓN que teníamos antes de poner en marcha “Carpe Noctem” y a la que hemos tratado de dar satisfacción, en la medida de lo posible y ahora veréis por qué lo digo, era la referente a los precios de los libros. Había y hay en el mundo editorial un oscurantismo, una obsesión por mantener ocultos los márgenes de beneficios y las cifras que nos llevaba a pensar —y no era del todo falso— que esos márgenes de beneficio eran, en algunos casos, escandalosos. Máxime cuando algunas editoriales grandes, poderosas, que hasta antes de ayer, habían estado publicando libros a más de veinte euros, desde el comienzo de la crisis bajaron esos mismos libros a quince euros o menos y siguieron sobreviviendo.

Especial mención, en este mes de septiembre, creo que merecen los precios de los libros escolares, por ejemplo, que se venden a más de treinta euros cuando no creo que valga fabricarlos más de uno o dos. Echad cuentas del margen de beneficios incluso si la editorial no cuenta con su propio canal de distribución.
Pero bueno, no hurguemos en la herida. 
Más llamativo aún nos parecía el precio de los ebook, cuyo coste de producción era cero, en tanto en cuanto partías de un archivo digital que tenías que hacer igualmente para poder enviarlo a la imprenta. Que así las cosas, te quisieran cobrar por ese archivo doce, trece y hasta quince euros nos parecía, y nos parece, un poco absurdo.
Es verdad que el precio del libro físico, y no es que quiera excusarme, no se puede mover tanto hacia la baja como nos gustaría. Si optas por una distribución tradicional —y ha sido nuestro caso en buena parte de España—, la mitad o más de la mitad del Precio de Venta al Público corresponde a las ganancias de distribuidores y libreros. Un diez por ciento va a los derechos de autor y otro veinticinco o treinta, aproximadamente, a impresión. De modo que la editorial recibe, sólo, entre el diez y el quince por ciento. Cuento esto, no para daros pena y que compréis muchos libros, que también, sino, sobre todo, para que entendáis que quince euros, dieciséis euros es, aunque no lo parezca, un precio ajustado. Al menos, para una editorial pequeña. De las otras, no hablo.

Más margen hemos tenido, eso sí, en los ebooks. Pues se confirmó nuestra idea previa de que, efectivamente, no tienen mayor coste de producción que transformar un PDF en epub o .mobi, algo que lleva, aproximadamente, algo así como cinco o diez minutos. Por eso, aprovechamos los ebooks para mejorar las ganancias de nuestros autores, algo que nos parecía también importante y, sobre todo, para dejar los libros a precios más asequibles. De modo que en digital, nuestros libros nunca costarán más de cuatro o cinco euros. Y, de hecho, ninguno de los tres primeros cuesta más de cuatro euros.

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